Escrito por: Natchaieving Méndez
Periodista del Periodico Ciudad Maracay.
Cuentan que en algún momento
existió un maestro que hacía reír a sus estudiantes mientras impartía sus
clases de matemática, lengua, historia y ciencias naturales. Dicen que ese
docente era tan especial que las niñas y los niños lo dibujaban, repetían sus
enseñanzas y esperaban ansiosos la semana para volver a verlo. Ese maestro, ese
mágico docente era de papel maché.
Es posible que el relato anterior
no sea cierto, sin embargo, para quienes están en el campo de la educación no
es poco creíble, pues bien es conocido el gran potencial de esos maestro de
papel maché que encanta tanto a niños como a jóvenes y adultos; por supuesto
nos referimos al teatro de los títeres.
Desde hace mucho tiempo en
Venezuela, este arte milenario ha tenido vinculación con el ámbito educativo
por su infalible efecto de atraer la atención de los estudiantes. Una muestra
de esto se evidenció a mediados de la década de los 40, cuando el entonces el
maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa (1902-1993), como ministro de educación, impulsó
la presentación y formación de docentes en el teatro de títeres, con la guía de
profesionales de este arte provenientes de México, país en el que se había
efectuado una campaña alfabetizadora de gran éxito que involucró el teatro de
muñecos.
De esta iniciativa, refiere Cerda
(1965), en la que se planificó una gira de los artistas mexicanos de Nahual por
diversos estados venezolanos, surgió el teatro Tío Conejo, dirigido por el
escultor Eduardo Francis, que durante cinco años de existencia no solo logró la
incorporación del teatro de títeres en las instituciones educativas venezolanas,
sino además echó las bases para estimular la creación de titiriteros a lo largo
y ancho del país.
Es así como la génesis de muchas
agrupaciones de teatro de títeres tanto en Venezuela, y siendo aún más
atrevidos, en el mundo, ha estado vinculada con la educación. De acuerdo a esto
surgen las interrogantes: ¿Por qué este arte tiene un especial efecto sobre las
niñas y los niños, incluso aquellos con dificultades de atención?, ¿Debe ser el
títere un sustituto del docente?
En relación a la primera
pregunta, la doctora Nancy de Marín, psicóloga y magister en Planificación
Educativa, en una entrevista realizada por la revista Upel Cultural (2013),
refirió que el títere además de ser un vehículo efectivo para despertar
sentimientos sociales, permite que los espectadores compartan la alegría por
medio de historias y personajes peculiares que representan situaciones que lo
hacen ser feliz.
Para la especialista, uno de los
aspectos más importantes que permite el trabajo con el teatro de títeres es que
tanto los niños como los adultos que participan en este arte construyen una
historia conectándose con todos sus sentimientos, partiendo de personajes que no
tienen limitaciones de hacer lo que ellos en personas no pueden lograr. “El
trabajo de títeres facilita el proceso de socialización de quienes participan
en él. En representación de estas historias no existen límites, mientras voy
imaginando más, produzco más y voy organizando”, expresó.
En este sentido, la investigadora
y titiritera Betty Ororio, en su trabajo El teatro de títeres y su relación con
el desarrollo cognitivo del niño (1992) resaltó que el niño al presenciar el
teatro de títeres enfrenta una experiencia que en sí misma es simple y
compleja, pues aunque es auténtica también es real, por lo que se ve envuelto
como partícipe de su propia historia, cultura y como parte de un colectivo.
Por ello se puede afirmar que el
empleo del títere para fines educativos no solo permite la socialización de los
estudiantes en el proceso de enseñanza, también le garantiza la revisión
interna de sus propias emociones, sentimientos e incluso el descubrimiento de
su ser que aflora al prestarle su alma al títere o la marioneta para que este cobre
vida. Es pues, una suerte de desdoblamiento en el que los verdaderos rasgos de
la personalidad represados por bloqueos sociales salen ante la posibilidad de
transformarse en “otro”, sin perjuicios y al que se le perdona todo por el
simple hecho de ser muñeco.
En concordancia a lo anterior,
Humberto González, subdirector de Extensión del Instituto Pedagógico de Caracas,
refirió en una entrevista de la revista anteriormente citada, que el teatro de títeres
ofrece la posibilidad de generar procedimientos introspectivos de pensamientos
y manifiestos como la motricidad fina, así como estimula la conexión y creación
de ideas, la sincronización de movimientos a una voz, ritmo y más aún, pueden
reforzar valores como la convivencia, el trabajo en equipo, la solidaridad y la
fraternidad.
Ahora bien, retomando las
preguntas que surgieron al inicio de este escrito: ¿Debe convertirse el títere
en un sustituto del maestro? Definitivamente no. Una de las características que
hace especial al títere es su libertad de improvisar y equivocarse,
particularidad que difícilmente el maestro se permita, afirmación última que
puede ser discutible y que merece otro espacio de atención distinto al tratado
al presente artículo. Lo cierto es que el muñeco ofrece la posibilidad al
docente de romper con el formalismo de una clase, de enunciar afirmaciones, preguntas,
frases que inviten y estimulen la imaginación del estudiante y el deseo de
comprobar o profundizar sobre los temas tratados, mas no debe ser un “dador de
clases” pues esta postura no es propia de los muñecos y por lo tanto
ocasionaría un efecto aburrido y adverso al esperado.
En consecuencia, es necesario
plantear la utilización del teatro de títere más allá que para el reforzamiento
de conceptos y teorías, debe direccionarse a la puesta en práctica del
discernimiento, la estimulación de la razón y la confrontación con lo correcto
e incorrecto, además de la posibilidad que ofrece este arte para facilitar los
espacios de convivencia y el reforzamiento de valores sociales.
Todo lo anterior no significa un
descubrimiento del agua tibia, durante muchos años estudiantes de pregrado en
educación, así como investigadores de la pedagogía han comprobado la
efectividad del teatro de títeres en el ámbito educativo. Sin embargo, se ve
con tristeza la falta de interés de una buena parte de las instituciones universitarias
y de los organismos gubernamentales con competencia en la educación para la
formación profesional de titiriteros y la incorporación del manejo de esta rama
de las artes escénicas en el currículo de formación docente.
Este arte, complejo por requerir
el manejo del teatro, la música, el movimiento y la artesanía, es muchas veces
asumido como una técnica tomada a la ligera, sin ninguna formación u
orientación, lo que genera espectáculos muy pobres técnicamente, alejados de lo
deseado, que no impactan en la audiencia sino por el contrario desvirtúa su
esencia y belleza artística.
Con tristeza se evidencia como
solo unas pocas universidades del país ofrecen la cátedra de títeres como una
materia optativa; algunas que en su momento la tuvieron en su malla curricular
la han desaparecido del pensum de estudio y otras siquiera la contemplan en la
formación de docentes. Todo esto contrario a países hermanos como Argentina o Brasil
en donde incluso existen estudios de formación universitaria para la
profesionalización del titiritero.
Es por ello que un anhelo de las
personas vinculadas al teatro de los muñecos es que en tiempos de revolución se
le dé a este arte la importancia que amerita, abriendo nuevas salas tipo
teatrinos, creando centros de formación y actualización de los titiriteros y
manteniendo rutas constantes que garanticen la presencia de este artes en escuelas,
liceos e instituciones, hecho que contribuiría a la sensibilización del
estudiantado que tanto hace falta para tener una patria que camine con valores
de solidaridad, paz, unión, armonía y respeto.
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